Aproximación al sentido de digitalidad desde la hermenéutica de generalidad superior de Gadamer*

Making Sense of Digitality from Gadamer’s Hermeneutics of the Superior Breadth

DOI 10.22430/21457778.1470

Fecha de recepción: 6 de noviembre de 2019
Fecha de aceptación: 29 de enero de 2020

 

Resumen

La digitalidad es un aspecto de la tecnología que ha venido transformando las formas de relación del hombre con el mundo y las nuevas tecnologías. En esta perspectiva se plantea un problema en tanto que el hombre se enajena y pierde el sentido de su existencia. Por ello, el texto presenta una reflexión en torno a la búsqueda del sentido de la digitalidad, como una herramienta que sirve al ser humano. Esto se propone desde el desarrollo de la generalidad superior planteada en la hermenéutica desarrollada por Gadamer. El texto se plantea como un avance en la búsqueda del sentido en la era digital, que le permita al hombre asumir sus cualidades, desde la metodología de la interpretación que plantea la hermenéutica, y descubra el propósito de la vida con la intervención de los medios digitales. Cuando se identifica el sentido de la digitalidad, se reconocen las maneras de relacionarse entre el hombre y los sistemas digitales y las posibles influencias que las diferentes concepciones pueden ejercer sobre el ser humano. Ello permitirá que el hombre pueda buscar el sentido trascendente de su existencia.

Palabras clave: verdad y método, hermenéutica, Gadamer, digitalidad, sentido de la vida.

Abstract

Digital is an aspect of technology that has been transforming man's relationship with the world and new technologies. In this perspective, a problem arises inasmuch as man alienates himself and loses the meaning of his existence. For this reason, the text presents a reflection on the search for the meaning of the digital, as a tool that serves the human being. This is proposed from the development of the superior breadth raised in the hermeneutics developed by Gadamer. The text is proposed as an advance in the search for meaning in the digital age, which allows man to assume its qualities, from the methodology of interpretation proposed by hermeneutics, and discover the purpose of life with the intervention of digital media. When the sense of digital is identified, the ways of relating between man and digital systems and the possible influences that different conceptions can exert on the human being are recognized. This will allow man to seek the transcendent meaning of his existence.

Keywords: Truth and method, hermeneutics, Gadamer, digitality, meaning of life.

INTRODUCCIÓN

La necesidad de conocer ha llevado al hombre, en su devenir, a descubrir diferentes maneras de conocer y comprender el mundo; curiosamente, en esa búsqueda de conocimiento ha hallado varios caminos; ha evolucionado, no solo en su forma de civilización, sino también en sus diferentes modos de pensar, entendiendo la transformación social que se da con el devenir histórico del hombre.

Pensar, que según Heidegger (1970), «lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre» (p. 11) ha cambiado en la misma medida que el hombre, es decir, que esta acción natural, en el sentido humano, cambia en tanto el hombre lo hace. La historia muestra cómo han evolucionado los pensamientos, que influyen tanto en la organización cultural, como en las cosmovisiones que se configuran acerca del mundo y en los modos de relación humana. Producto de su incansable búsqueda de conocer y de mejorar su forma de vivir, el mundo ha pasado de visiones teocéntricas a movimientos sociales, científicos y tecnológicos.

Las diferentes ideologías y formas de pensar han surgido de diferentes cuestionamientos de diverso alcance que se generan alrededor del hombre y su relación con el mundo. Existen así preguntas por el origen de la vida y por la importancia del hombre en el planeta, cuestionamientos filosóficos y científicos, evidencias de la naturaleza humana. Estos interrogantes permiten dilucidar dos perspectivas para ver el mundo humano. Por un lado, está la perspectiva científica, enmarcada en las ciencias exactas y naturales; y por el otro, entran en juego las ciencias sociales y humanas, que interpelan al hombre por su sentido.

Las perspectivas humanista y científica hacen parte de dos cosmovisiones disímiles en cuanto a la concepción del conocimiento. Desde la Edad Media surge una ruptura entre las cosmovisiones teocéntrica y antropocéntrica; sin embargo, solo hasta el siglo xviii se establece la separación entre la filosofía y las ciencias de la física y la matemática. Un proceso que tardó siglos y que dejó como resultado dos posturas opuestas sobre la forma de ver el hombre en relación con el saber matemático y físico y la manera de entender los fenómenos subjetivos, sociales, y culturales con el mundo (Arana Cañedo-Argüelles, 2015).

En la actualidad es posible hablar de una tercera perspectiva, gracias a que desde el campo científico se han desarrollado dispositivos y programas que responden a preguntas, necesidades y tensiones de las relaciones sociales humanas. La cuestión se enfoca en cómo según el pensamiento complejo (Morin, 1994), podemos establecer una relación más humana entre el hombre, el mundo y las nuevas tecnologías y en cómo lograr una aproximación a la digitalidad según la hermenéutica de generalidad superior de Gadamer (1993). Se podrá establecer así la manera en que el ser humano debe enfrentar el mundo actual usando su conciencia para acercarse al sentido trascendente de su existencia.

Pareciera ser que el hombre no cuenta con un dominio de sus acciones frente a las nuevas tecnologías digitales. Es como si existiera un descontrol total en el que el sujeto es dominado por sistemas de información, por datos y tecnologías y que, de alguna manera, el privilegio de la tecnología por encima de sus capacidades, ha llevado a una deshumanización. En síntesis, se ha desplazado la conciencia y la comprensión que acerca al hombre a su naturaleza.

Tal panorama ha abierto espacio a otras formas de relación que bien podrían considerarse como una nueva cosmovisión, en la que se requiere una nueva comprensión de acción «individual y colectiva en este nuevo contexto cuando se construyen otras maneras de crear, producir y ante todo de relacionarse con los otros» (Moreno, 2015, p. 51). En ese nuevo espacio, la digitalidad se valida como un aspecto central en el desarrollo del ser humano, como es el caso de la llamada Generación Y, personas cuyo desarrollo se ha dado en un ambiente digital (Ruiz Cartagena, 2017), cambiando sus procesos de aprendizajes, y sus entornos culturales.

En este sentido, se requiere de una nueva visión que ayude a encauzar el problema que la digitalidad presenta en las nuevas generaciones, porque esta no es una cuestión que deba pasar de largo. Chanona Burguete (2017) al respecto afirma que

Estamos, más allá de un salto cuántico o epistémico, en la vivencia de una nueva dimensión de la realidad que transforma valores, rangos y medidas que la articulan, e instauran un nuevo entorno de consciencias, perspectivas, entendimientos y alcances de nuestra condición humana (p. 4).
METODOLOGÍA

Para el logro del objetivo se plantea un análisis desde el concepto de generalidad superior, un proceso hermenéutico ideado por Gadamer (1993), y que permitirá una reflexión en torno al papel que el hombre debe cumplir en relación con la digitalidad que lo inunda en la actualidad como una de las consecuencias del desarrollo tecnológico y de los sistemas de información.

En este sentido se propone una metodología cualitativa de revisión documental, en la cual la búsqueda de referentes teóricos se centre en la forma en la que la digitalidad cambia la estructura de pensamiento racional del ser humano, es decir, en cómo las relaciones individuales y colectivas cambian en función de un comportamiento pasivo que pone al hombre al servicio de las nuevas tecnologías.

La reflexión podría llevar a la sociedad a preguntarse si la tecnología ha llegado a dominar al ser humano y, si fuera así, si habría un posible camino de libertad de la relación con la digitalidad. Cabe preguntarse por la transformación que opera cuando el hombre se relaciona con la tecnología y cómo la hermenéutica filosófica podría coadyuvar a la búsqueda de autonomía.

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

La generalidad superior de Gadamer

El pensamiento complejo que plantea Morin (1994) muestra que las ciencias deben ser un tejido de saberes, es decir que no deben estar separadas o fragmentadas. Se constituye así un reto que obliga a que tanto las ciencias sociales como las exactas establezcan un puente mediador que le permita al sujeto reconocerse, no solo como un ser pensante, sino también como un individuo que se relaciona con el mundo y sabe qué lugar ocupa en él reconociendo la existencia del otro, es decir, desde la conciencia de su alteridad. Para Gadamer (1993) esta comprensión es la cuestión más importante, pues le permite al hombre preguntarse, y esa acción es la que abre el camino a la comprensión,

Pues lo que incita a la comprensión tiene que haberse hecho valer ya de algún modo en su propia alteridad. Ya hemos visto que la comprensión comienza allí donde algo nos interpela. Esta es la condición hermenéutica suprema. Ahora sabemos cuál es su exigencia: poner en suspenso por completo los propios prejuicios. Sin embargo, la suspensión de todo juicio, y, a fortiori, la de todo prejuicio, tiene la estructura lógica de la pregunta (p. 186).

Así, las circunstancias que atraviesan la vida humana demandan del sujeto una comprensión del mundo que habita, y de todo aquello que le rodea y en esta medida, la tarea del hombre se centra en entender cada elemento, para poder relacionarse con él. Por eso es necesaria la pregunta por la alteridad, de tal forma que exista una búsqueda por la comprensión que aparece porque es un elemento importante para lograr la relación hombre-mundo, la relación del sujeto con el objeto, desde lo que Gadamer (1993) denomina horizontes:

Un horizonte no es una frontera rígida sino algo que se desplaza con uno y que invita a seguir entrando en él. De este modo a la intencionalidad «horizóntica» que constituye la unidad de la corriente vivencial le corresponde una intencionalidad horizóntica igualmente abarcante por el lado de los objetos (p. 156).

Como lo presenta Gadamer, cada individuo y objeto poseen un horizonte, un propósito, una intencionalidad. Lo que permite la comprensión (es decir, la hermenéutica) es tender un puente histórico en el que ambos horizontes se relacionen y se dé la comprensión. Cuando el hombre, por medio de la hermenéutica, es capaz de comprender esa relación llega a esa fusión de horizontes que consiste en la realización de la unidad de sentido del objeto que «no permite al intérprete hablar de un sentido original de una obra sin que en la comprensión de la misma no se haya introducido ya siempre el sentido propio del intérprete» (Gadamer, 1993, p. 363). En tanto el sujeto no se haya apropiado del sentido y propósito del objeto, no será posible la fusión de horizontes y, por tanto, tampoco la comprensión.

Esta forma de interpretación desde la fusión de horizontes lleva a una comprensión objetiva. Para llegar a este punto, quien se encuentra en la situación hermenéutica está en capacidad de desarrollar tres categorías: a) el horizonte, que evidencia la historicidad del objeto y del sujeto, y la comprensión de que existe una alteridad, es decir, otro horizonte; b) el sentido, desde el cual se muestra cuál es la verdad del origen del objeto que se intenta comprender, su propósito y a dónde quiere llegar, es decir cuál es su aplicación; y c) la libertad, que le permite al sujeto apropiarse del desarrollo de la comprensión y asumirse en dicho proceso.

Estos elementos que permiten la situación hermenéutica le dan al ser humano la posibilidad de trasladarse a la situación histórica del objeto para comprender para qué fue creado y, en esa medida, se puede entender su propósito; esto, a su vez, posibilita la conciencia de la existencia de una alteridad, que de una u otra forma lo lleva a reconocerse a sí mismo. La consecuencia es una fusión de horizontes en la cual no hay una superposición de un horizonte sobre otro; de allí que la tarea de la hermenéutica sea desarrollar la tensión que existe entre ambos, pero de una manera consciente. Esto es lo que Gadamer (1993) llama generalidad superior, una abstracción consciente que muestra el esfuerzo por comprender de manera abierta y amplia.

Esta generalidad superior puede ser entendida como la facilidad que tiene el sujeto para trasladarse a una situación histórica para poder comprender que, según Gadamer (1993) al realizar ese desplazamiento se hace posible una consciencia de relación sin convertirlo en un ser inferior, ni someterlo a la situación del otro.

Este desplazarse no es ni empatía de una individualidad en la otra, ni sumisión del otro bajo los propios patrones; por el contrario, significa siempre un ascenso hacia una Generalidad superior, que rebasa tanto la particularidad propia como la del otro (p. 190).

Se despende de ahí que la generalidad superior es una conciencia del otro y de su realidad, por encima de cualquier horizonte, es aquella que se encuentra cuando hay una conciencia de la alteridad y de la individualidad cuando hay, en sí mismo, un desplazamiento hacia la situación del otro o de lo otro a través del horizonte histórico. Esto último es de vital importancia para Gadamer (1993), pues permite la comprensión histórica desde el marco «de la conciencia histórica de ver el pasado en su propio ser, no desde nuestros patrones y prejuicios contemporáneos sino desde su propio horizonte histórico» (p. 188).

Generalidad superior y tecnología digital

En la actualidad, la brecha entre conciencia y ciencia es aún más extensa que en el pasado, por la forma en la que el hombre interactúa y convive con el desarrollo tecnológico. Desde esta perspectiva, cabe preguntarse de qué modo se pueden relacionar la generalidad superior y la tecnología digital para que el hombre le dé un sentido en la perspectiva de sus relaciones humanas y en el marco del sentido de su existencia. ¿En qué forma mundo digital y ser humano pueden coexistir sin que haya una relación de esclavitud? Esta pregunta conduce a una reflexión sobre las relaciones que el ser humano establece consigo y con el mundo; en cierta medida, es pensar en una comprensión superior de reconocerse y reconocer conscientemente el sentido de relación consigo, con el otro o con lo otro.

Así, asumir la comprensión desde la generalidad superior es reconocer dicho concepto como el dios de la comprensión, que está por encima de los horizontes implicados en dicho proceso. Cuando Gadamer (1993) muestra la generalidad superior como una abstracción consciente, lo hace porque para él la comprensión «significa siempre un ascenso hacia una Generalidad superior, que rebasa tanto la particularidad propia como la del otro» (p. 190). En otras palabras, esta generalidad no se inclina hacia un lado u otro, sino que se encuentra en un plano más alto: precisamente el del esfuerzo por comprender de manera abierta y amplia.

Un acercamiento que nos podría llevar a una comprensión de esta generalidad superior puede ser considerar el caso de un espectador que, en medio de una película de cine, es capaz de abstraerse y comprender conscientemente las emociones que le está ocasionando el filme y las que podría perseguir este. En este escenario, la persona puede sentir abiertamente las emociones y los propósitos allí presentes. Otra situación que puede llevar a una comprensión desde esta perspectiva es suponer un diálogo entre dos personas. Cuando el diálogo se vuelve hostil, por las diferencias y rivalidades conceptuales, uno de ellos no se impone ni trata de convencer al otro, sino que asume una posición asertiva abstrayéndose de los dos horizontes, el propio y el ajeno. Es aquí donde se evidencia lo que puede denominarse el dios de la comprensión.

La digitalidad en la vida del hombre

Como se sabe, la tecnología digital es un sistema binario que representa números y letras, que permite guardar cantidades enormes de información: voces, imágenes, resultados, cuadros, etc. y que, asimismo, ha permitido nuevas formas de comunicación y de relación social que han servido al ser humano en su necesidad de mejorar su calidad de vida.

La tecnología aparece, entonces, como un proceso social que parte de unas necesidades: primero opera como teoría para mejorar una técnica, pues «la idea de técnica está asociada habitualmente al hacer, al conjunto de procedimientos operativos útiles desde el punto de vista práctico para determinados fines» (Núñez Jover, 1999, p. 29); luego, la tecnología se convierte en una práctica en la que transforma esa teoría: «La tecnología potencia y realiza lo humano toda vez que pone el ingenio en escena y produce alteración del entorno de manera racional y positiva» (Vargas Guillén, 2006, p. 150). La tecnología lleva a la creación de dispositivos, máquinas y aparatos que mejoran los procesos y los trabajos del hombre.

Así, la tecnología aparece como la lógica del pensamiento humano en función de una tarea que debe ser facilitada. Ejemplo de ello puede ser una cuchara: un instrumento que sirve al ser humano para hacer más fácil la ingesta de los alimentos. Lo anterior supone que la tecnología desarrolla la técnica, con un rasgo aún más interesante: la lectura de un contexto que exige la introducción de la ciencia como premisa obligatoria en el desarrollo del ser humano y en su manera de lograr el conocimiento del mundo. La tecnología aparece como una ayuda al ser humano, desde diferentes perspectivas, como prácticas técnicas y cognoscitivas; no obstante, se plantea una pretensión según la cual, el hombre mediante la tecnología puede llegar al alcance de un progreso en favor de su beneficio.

Social y psicológicamente, la digitalidad es tan posibilitadora de libertad como de alienación: así como sirve y construye posibilidades, también puede enajenar y alejar al individuo de las relaciones sociales. Su misma capacidad de ordenamiento del trabajo, de brindar información, entretenimiento, cultura, comunicación, su capacidad de acelerar el proceso civilizatorio, también podría ser un obstáculo en la búsqueda de crear una aparente crisis sentido de la vida humana. Todo esto implica, como dice Echeverría (2009), una transformación en la forma en que concebimos la identidad del ser humano.

Es preciso aclarar que no se trata de calificar negativamente la digitalidad, sino de señalar el uso desconsiderado que se le ha hecho de las redes sociales y a la manera en la que se accede a la información. Pero antes de puntualizar sobre este tema es necesario demostrar la importancia del sentido de la digitalidad como herramienta en la búsqueda de conocimiento, pues la tecnología busca mejorar la vida reduciendo la cantidad de esfuerzo que requieren ciertas tareas.

En esta medida, no se puede negar, por ejemplo, el beneficio que ha traído el internet al desarrollo científico del mundo; son innumerables los avances en este ámbito. Es innegable, también, que las nuevas tecnologías han posibilitado la globalización de la información, lo que ha permitido que los individuos accedan a diferentes fuentes de consulta para la realización de investigaciones. Sin contar con la facilitación del acercamiento entre personas que se encuentran en diferentes partes del mundo. Hay, pues, una conexión inmediata que, relativamente, permite una comunicación audiovisual en tiempo real mediante aparatos de fácil acceso para la mayoría de los individuos.

Sin embargo, en el aspecto social se evidencia un retroceso notable: la realidad ha cambiado para darle lugar en un espacio que no existe, el virtual. Curiosamente, un lugar en el que las mentes se encuentran y establecen nuevas formas de realidad, como afirma Montes (1999), en internet se crean virtualidades y realidades sujetas a lo que los usuarios quieren mostrar; y aunque lo presentado por Montes se desprende de un pensamiento del siglo pasado, encaja con las virtualidades presentes en redes como Facebook e Instagram, lugares virtuales en los cuales las personas muestran una vida muy diferente a la realidad que viven.

Lo dicho muestra cómo las redes sociales propician estados que se centran no solo en la vida ficticia de algunas personas, sino también en noticias cuestionables, malintencionadas y viciadas que a partir de la especulación pueden estimular el caos social. Este escenario muestra un ser que no reflexiona sobre lo que ve y que, incluso, puede llegar a idolatrar estas tecnologías y considerar que lo que proporcionan son verdades absolutas.

La problemática planteada con estos medios digitales crece en la misma medida en la que se vuelven más posibles los mundos evanescentes, planteados por Montes (1999), y ahí, en esa cualidad, el cuerpo humano también sufre esa evanescencia y comienza a verse como un organismo que puede moldearse con sistemas. En este sentido, se niegan la locomoción, el trabajo y el esfuerzo para dar cabida a sistemas de electroestimulación corporal que moldean los músculos y pulsómetros que controlan las funciones cardíacas.

Ambos elementos inciden directamente sobre el aspecto físico y corporal humano, los dos instrumentos pretenden satisfacer una necesidad que antes se esperaba fuera atendida por el deporte o la actividad física, en espacio abierto y en relación con otros; se atiende así, en cambio, el facilismo del ser humano que lo conduce al esfuerzo cero.

Por otro lado, el mundo digital sumerge al individuo en la inmediatez de la internet para atender las obligaciones académicas. La dependencia de Google ha fomentado un trabajo intelectual aislado, en ocasiones, en desmedro de la interacción directa con pares académicos. Miles de libros en las bibliotecas dejan de ser consultados precisamente por la agilidad que ofrece el medio digital en el que es difícil diferenciar las opiniones de las teorías.

Sobre este aspecto del ahí adentro y el aquí afuera que menciona Montes (1999), cabe preguntarse por cómo la realidad se funde gradualmente, casi de manera imperceptible con la virtualidad, ¿dónde está la realidad? Es claro que existe una fusión entre los dos sistemas de relaciones sociales. Quienes habitan el mundo real, viven el mundo digital; más aún, el mundo digital invade el mundo real gracias a la presencia y uso de dispositivos, chips, aplicaciones y sistemas que en una pantalla digital permiten establecer la localización precisa de los sujetos, por medio de imágenes y de coordenadas, y que funcionan en plataformas que ofrecen los servicios más disímiles: movilidad, transporte, recreación, ubicación geográfica, información de servicio, asistencia paramédica, etc.

La digitalidad, como cualidad de estas herramientas, está presente en la vida del ser humano: datáfonos, cajeros automáticos, pagos y transacciones, tiendas virtuales, bitcoines, lectores de libros, bibliotecas… todas son formas digitales con incidencia en la esfera de lo natural y lo ecológico del hombre; todas ellas influyen en un cambio de perspectiva comercial y laboral, pues reducen el personal de las empresas. Una máquina puede hacer el trabajo de 20 personas, y existen personas que velan por el bienestar de las máquinas; es decir, el ser humano garantiza que los instrumentos digitales funcionen a la perfección. Aquí cabe la reflexión en relación con la forma en la que la digitalidad está o debe estar al servicio del hombre, o si es el hombre quien está al servicio de la tecnología.

La relación con la tecnología evidencia una relación en la cual el hombre responde a unos estímulos que le proporcionan los medios digitales. Este hecho exige que el individuo se piense de tal manera que recupere su sentido de lo humano, porque la tecnología también puede ayudar a que los individuos den sentido a sus vidas. Llegar a este punto implica que los medios de comunicación apoyen la búsqueda del sentido de relación con una comprensión que trascienda hacia la generalidad superior, pero para ello es necesario partir del reconocimiento de ambos horizontes, aspecto que Gadamer (1993) llama «fusión de horizontes» un observar consciente, una comprensión consciente.

Hacia la construcción del sentido de la digitalidad

Para que el hombre tenga una conciencia del mundo y de sí, de tal manera que pueda encontrar su sentido en el mundo, debe encontrar también el verdadero sentido de la digitalidad. Para ello, se propone la hermenéutica de Gadamer (1993), en el marco de la generalidad superior y la fusión de horizontes.

Cuando se habla de horizonte, se hace referencia a todo aquello que «abarca y encierra todo lo que es visible desde un determinado punto» (Gadamer, 1993, p. 372). En consecuencia, tener horizonte, según Gadamer, es tener visión, pero desde su comprensión, es no estar cerrado y poder ver más allá de aquello que se ofrece a simple vista. Así, cuando hay una fusión de horizontes se halla la comprensión de la alteridad de conciencias, el reconocimiento del otro horizonte; un ejercicio de desplazarse desde su propio tiempo hasta el del objeto, sin adecuarlo al propio, sino entendiéndolo en la creación de su contexto. Se marca, pues, un respeto por la historia ya vivida, por los horizontes establecidos sin dejar de ser en este desplazamiento.

En esta medida, el sentido de la digitalidad en la vida del hombre se instaura a partir de una hermenéutica puramente dialógica. En este punto la conciencia histórica es muy importante, pues sin ella es imposible la fusión de horizontes porque ella permite, como afirma Gadamer (1993), ver el pasado en su ser o, en otras palabras, verlo a partir de su propio horizonte histórico y no desde los prejuicios y patrones que cada ser humano le asigne.

Lo dicho invita a pensar en la posibilidad de un sentido de la digitalidad que esté al servicio de la relación hombre-mundo, como elemento que propicie el desarrollo de las cualidades del ser y de su naturaleza y del reconocimiento de la cultura, la historia y los horizontes para una comprensión del mensaje y del propósito de la digitalidad en la vida del hombre. Todo esto desde la fusión de horizontes, pero teniendo como medio los diversos modos de relación que ofrece el mundo digital. Aquí, se hace necesario plantear la importancia de una filosofía que se permita reflexionar por la humanidad del hombre y en este sentido, la teología, desde su planteamiento humanístico, puede contribuir a ello y entender que:

Un compromiso decidido de practicar la solidaridad al servicio del bien común, dentro de las naciones y entre ellas, debería informar y guiar nuestro uso de la tecnología de la información y de internet. Esta tecnología puede ser un medio para resolver problemas humanos, promover el desarrollo integral de las personas y crear un mundo regido por la paz y el amor (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, 2002 ).

Esta perspectiva plantea un compromiso del hombre con la cultura desde la conciencia histórica. Decir que el hombre tiene conciencia significa que comprende, que puede interpretar dentro de los límites de su finitud que debe entender que no es dueño del tiempo ni del futuro, que debe vivir su presente, vivir su historia y comprender los horizontes «la verdadera experiencia es así experiencia de la propia historicidad» (Gadamer, 1993, p. 221). Desde este punto de vista, la experiencia se convierte en un factor imprescindible para la configuración de una historia y de una cultura.

Es improcedente pensar que la experiencia digital es inconveniente, pues a partir de ella también se crea historia: sin experiencia no hay historia, no hay tradición y, por ende, no puede haber cultura. Esto quiere decir que el hombre debe ser consciente de la digitalidad, de lo que vive, pues, según Gadamer (1993) «el que está y actúa en la historia hace constantemente la experiencia de que nada retorna» (p. 221). Por esta razón, el uso de las nuevas tecnologías digitales, más exactamente del internet, debe permitir en el ser humano un conocimiento de los diferentes horizontes que en este espacio se presentan, para tener con ellos una oportunidad de digitalidad.

La búsqueda del sentido de la vida siempre ha sido una constante en el hombre. Es claro que las cosmovisiones, teocéntrica o antropocéntrica, no han opacado la necesidad de conocer, sino que han encontrado continuación mediante la digitalidad, la comprensión del bien de la humanidad. Debido a esto, la vivencia de la digitalidad debe asumirse desde la conciencia de cada individuo.

Gadamer (1993) asegura que no es posible comprender si el sujeto no siente el llamado para ese proceso. si no es capaz de asumir su humanidad. La digitalidad es una vivencia, el hombre no desarrolla la trascendencia de la comprensión hacia la generalidad superior si está mediada por otro ser que lo obliga y les da respuestas a preguntas que el propio ser humano no se ha hecho. En este sentido, pueden mediar las diferentes oportunidades de la digitalidad.

El sentido de la existencia del hombre surge por una duda existencial y un deseo de saber. Estas preguntas hacen del hombre un ser racional y humano. Ello fundamenta una cuestión filosófica que implica encontrar el sentido de las prácticas de digitalidad del hombre. El ejercicio de la digitalidad nace como la posibilidad del hombre de acceder al uso de una herramienta y llegar a la generalidad superior le permite ver y relacionarse desde y con todo aquello que lo rodea. Así mismo, este ejercicio de comprensión en función del desarrollo de sus cualidades permite establecer cuál es el propósito del hombre.

En consecuencia, la digitalidad puede ayudar al hombre a asumir el control de su vida y de sus cualidades, pues lo vuelve independiente y, a la vez, interdependiente y lo obliga a tomar decisiones. Mirarse en retrospectiva para poder encontrarse a sí mismo y, de esta manera, acercarse a la trascendencia. Pero, al tiempo, esto implica darle un lugar a la teología, como lo dice Rabinovich (2014), pues esta debe ser herramienta para descubrir el velo del pensamiento progresista que confunde la concepción del tiempo, ese tiempo que se crea en las virtualidades y que despoja al hombre de su lugar en la realidad.

Lo anterior, lleva a la pregunta por cómo se construye ese mundo de ficción y cómo sirve a la configuración del sentido de la vida del hombre a través de las herramientas que los medios digitales ofrecen. El problema se centra en lo que se ofrece por medio de la ficción, pues esta aparece como una idea no anclada en una tradición ni a una cultura, es decir, cada sujeto la construye, porque como interpretante de un objeto digital toma el objeto y va más allá, proyectándolo hacia el futuro. En esta medida, el trasladarse a la situación hermenéutica media entre el sujeto y la tradición. En términos de Gadamer (1993):

El que omita este desplazarse al horizonte histórico desde el que habla la tradición estará abocado a malentendidos respecto al significado de los contenidos de aquélla. En este sentido parece una exigencia hermenéutica justificada el que uno se ponga en el lugar del otro para poder entenderle (p. 188).

Así, la ficción es una idea, una especulación que necesita volverse a ese círculo hermenéutico y desde esta perspectiva, es misión del sujeto buscar la pertinencia de la interpretación a partir de los medios digitales, en relación con el sentido de los mismos. En teoría, lo que se pretende es que, desde la conciencia de la historia efectual de Gadamer (1993), en la que se piensa «la obra y su efecto como la unidad de un sentido» (p. 363), se entienda la validez, la pertinencia de la interpretación del objeto digital en el presente para entender su pertinencia en el futuro, en pocas palabras, la trascendencia.

Desde el punto de vista de Gadamer (1993), se trata de lograr una experiencia de generalidad superior en la cual se pueda lograr la fusión de horizontes a partir de una interpretación objetiva. Con la digitalidad hay que comprender que se trata de un medio para facilitar y hacer parte del proceso histórico, de los contextos en los que se aplican estas herramientas y de las cualidades que demandan del ser humano.

Esta situación hermenéutica llama a que, en un primer momento, haya un ejercicio de la libertad para comprender, lo cual significa que es el individuo quien se toma la tarea de querer desentrañar el sentido. El ejercicio de la libertad da cuenta de una convicción propia del ser. En segundo lugar, debe existir un reconocimiento del sentido, el propósito de aquello que se desea comprender, en el que se evidencia una conciencia de los horizontes, sin tratar de fusionarlos, sino en relación con la comprensión del momento histórico en el que fue concebida la herramienta digital. Por último, es necesaria la comprensión del horizonte, de qué es lo que se quiere comprender, dónde se halla la mirada.

Consideraciones finales

Lo anterior permite afirmar que la forma en la cual una parte de la humanidad procede en cuanto a esta herramienta informática es peligrosamente irreflexiva. Este hecho hace que la Red pareciera decidir, aun por encima de la voluntad del hombre. Esta tendencia cuestiona el uso que se le da a los medios digitales. Hay, entonces, una ausencia de conciencia racional en relación con la digitalidad.

Desde esta perspectiva, las sociedades posmodernas deben ser vistas con una mirada crítica, pues en su configuración, se evidencian diferentes confusiones entre el signo y el sentido; es decir, el signo, que es lo digital, está apareciendo como ese elemento que le ofrece significado a la existencia humana. Existe en la actualidad lo que llama Baudrillard (1993) una hiperrealidad que lleva al hombre a vivir la realidad de otra manera, como si lo social fuese una simulación completa, donde no hay sociedad sino un residuo de ella, proceso acelerado por los medios de comunicación.

La tecnología ha alcanzado importancia como herramienta al servicio del hombre. En sí misma, ofrece posibilidades de crecimiento para el ser humano y, paradójicamente, tiene iguales o mayores posibilidades para enajenarlo, alienarlo. El acercamiento a este objeto debe conducirlo a la individualidad, un aspecto que lo lleva a adherirse a una ideología o a buscar la propia. Es decir, a asumirse a través de sus cualidades para hallar su esencia. Ese debe ser el propósito de la tecnología: facilitar la vida material del hombre, de tal manera que pueda encontrar el sentido trascendente de su existencia.

El sentido trascendente es aún incomprendido por el ser humano. Esto implica que empiece a buscar el sentido de su propia existencia, más allá de aceptar la tradición de una experiencia vivida por la cultura en su contexto particular. La crisis de la actualidad se evidencia, precisamente, en el desconocimiento de ese sentido, y esto obliga al sujeto a su búsqueda para que pueda ver lo material (la digitalidad) como un instrumento para llegar a la comprensión más allá de la interpretación (generalidad superior).

La digitalidad presentada como una herramienta, según el uso que el hombre haga, le permite acceder a diferentes contextos, a tradiciones e, incluso, a los propósitos y experiencias de las distintas culturas, pero puede desvirtuar este logro cuando se trata del ejercicio de la libertad planteada por Gadamer. Debido al riesgo latente de que el ser humano, desilusionado, desesperanzado desista de pensar por sí mismo y tampoco desee analizar críticamente los diferentes horizontes. El panorama presentado puede convertir al individuo en una víctima de su invento, en cualquier caso, este puede decidir abstraerse del ámbito social real, y vivir en una especie de mundo irreal, virtual o de ficción, para evitar el compromiso y la responsabilidad.

Es posible afirmar que la fusión creciente entre el mundo digital y el mundo real plantea una crisis en relación con el pensamiento crítico del ser humano frente a las nuevas técnicas que surgen para ayudar en sus tareas y en el diario vivir. Sin embargo, esta situación no es nueva en tanto se reconoce que, antes de la era digital, hubo cambios ideológicos y una revolución industrial, eventos que cambiaron el rumbo de la civilización humana. La digitalidad es solo una muestra de un proceso cíclico: el hombre siempre se abstrae, huye de su realidad, es decir, esta es una circunstancia en la cual solo cambian las formas de abstracción. De esta manera se retorna a la pregunta por el ser humano, y cómo este usa y carga de sentido ese elemento que le sirve, cómo usa su racionalidad para hacer de dicho instrumento una ayuda, cómo el hombre adquiere suficiente criterio para comprender que no será subordinado de ninguna tecnología.

El sentido de la digitalidad está en volver la vida del hombre más efectiva, mejorar procesos y, por qué no, ayudar en sus momentos de diversión. Lo que no puede suceder es pretender que la digitalidad viva la vida humana. La simulación de la realidad crea virtualidades en las mentes de los sujetos que, cuando no tienen clara la forma apropiada de la comprensión que es pertinente hacer desde cada horizonte (el propio y el de la herramienta digital) los lleva a la configuración de una ficción que se apodera de sus mentes y de sus cuerpos, moldea sus vidas y les dice cómo vivir. Por ello, es válido decir que debe tomarse en cuenta la necesidad de la reflexión sobre una apropiación consciente de la digitalidad, para volver a cuidar el cuerpo, volver al esfuerzo y a ese orden natural en el que con el cuerpo se habita el mundo.

NOTAS AL PIE

  • arrow_upward *  Reflexión filosófica derivada del trabajo de investigación realizado en el marco de la Maestría en Humanidades de la Universidad Católica de Oriente.
REFERENCIAS