Presentación

DOI10.22430/21457778.2346


 

EDITORIAL

Como resultado de la expansión global de la COVID-19, la pandemia puso a prueba, una vez más, la compleja relación que existe entre la sociedad, la ciencia y la tecnología. Si bien varias encuestas realizadas al comienzo de la pandemia en diferentes partes del mundo mostraron que la confianza hacia la ciencia aumentó, especialmente hacia la profesión médica, al mismo tiempo los movimientos antivacunas y las teorías de conspiración alrededor de los orígenes de la pandemia empezaron a circular masivamente, amplificadas en muchas instancias por los gobernantes de turno. Por otra parte, intervenciones tecnológicas para el control de la pandemia, principalmente aquellas basadas en inteligencia artificial y datos masivos han fracasado, no solo en términos de su incapacidad de proveer evidencia efectiva a los tomadores de decisiones, sino que, además, en muchos contextos, han sobrepasado su alcance y se han convertido en amenazas a la privacidad de los ciudadanos (Chiusi, 2021; Douglas Heaven, 2021). Sin embargo, estas intervenciones tecnologías se continúan promulgando como la mejor alternativa para entender la pandemia e informar a la política pública.

El encuentro con infraestructuras digitales, datos masivos y plataformas genera importantes retos. Se hace necesario entender las formas en que las relaciones sociales y las maneras de transmitir información son transformadas por el surgimiento de nuevas tecnologías, la prevalencia de los datos, las formas de control y organización algorítmica, la vigilancia tecnológica, las nuevas formas de relación laborales, entre otras, y de ver cómo, a través de estas tecnologías, dichas relaciones están en constante cambio. Esto implica necesariamente un esfuerzo multidisciplinario y nuevas formas de mirar y conocer, y una nueva variedad de métodos de investigación.

En el año 2008, Chris Anderson publicó un artículo en la revista Wired en el que argumentaba que la era de los datos masivos significaba el fin de la teoría, haciendo irrelevante cualquier forma de explicación que intentara modelar o interpretar las acciones humanas (Anderson, 2008). Según esta posición, la gran cantidad de datos hacía posible la aplicación de herramientas matemáticas para entender el comportamiento humano sin la ayuda de teorías previas. En resumen, con suficientes datos, los números hablarían por sí mismos, configurando una forma de positivismo inocente en el que las interacciones de los humanos con lo digital serán tomadas como las únicas trazas posibles para explicar la sociedad. Aunque es claro que esas versiones son exageradas, es cierto que los software para el análisis de datos masivos (analítica de datos) y las técnicas algorítmicas representan un reto para los métodos tradicionales de investigación (Uprichard, 2013).

Por otra parte, la COVID-19 nos hizo olvidar, por momentos, el importante desafío al que nuestras sociedades se enfrentan. Latour (2021) nos despierta a un mundo en el que las consecuencias del cambio climático son cada vez más presentes, de ese futuro cercano retratado por Robinson (2020) en su novela The Ministry for the Future, pero en donde, más que retratar los pasos en falso, la propuesta de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS) es la de tratar de entender las formas en que diferentes grupos entienden y ponen en práctica soluciones a sus problemas. Para los académicos de los estudios CTS sigue siendo un reto indagar de forma crítica las prácticas de la ciencia y la tecnología (CyT), y dejar claro, como afirma Lynch (2020), que los CTS nunca han sido anticiencia.

En este orden de ideas, la revista científica Trilogía brinda un espacio de intercambio académico en el que autores provenientes de diferentes disciplinas, que tienen como preocupación la producción, usos y consecuencias de la CyT, pueden exponer sus percepciones. En ese sentido, las contribuciones que la revista recoge y publica provienen de diversas miradas epistemológicas y ontológicas, así como de distintas aproximaciones metodológicas.

Los estudios CTS han estado a la vanguardia de la investigación crítica sobre estos temas, ya sea adaptando las metodologías y métodos de investigación a estas nuevas realidades digitales o explicando estos fenómenos. Es precisamente el encuentro con estas nuevas temáticas en las que la vitalidad y flexibilidad de los CTS se hacen patentes. Los estudios CTS, en su concepción multidisciplinaria, están en constante diálogo con áreas del conocimiento como la sociología, la antropología y la historia, adaptando y adoptando nuevas formas de entender y hacer propuestas que nos ayuden a navegar las incertidumbres como resultado de nuestra interacción con la tecnociencia. De este modo, la revista Trilogía ha adoptado ese espíritu multidisciplinario y flexible de los CTS, publicando, a lo largo de sus doce años de existencia, artículos y reflexiones desde diferentes miradas teóricas, aplicando diferentes metodologías, y con un amplio abanico de temas y localidades.

Por otro lado, y no menos importante, es el trabajo del editor de revistas, quien es el encargado de la revisión, análisis y selección de los textos, así como de determinar la pertinencia o no de su impresión o publicación. Para nuestro caso, Trilogía tuvo la fortuna de contar con el invaluable trabajo de la docente y lingüista Silvia Jiménez, directora del Departamento de Biblioteca, Extensión Cultural y Fondo Editorial ITM, quien en sus once años como editora logró vincular a la revista con redes locales e internacionales de estudios CTS. Aunque hoy por razones institucionales se me ha dado la posibilidad de reemplazarla, es necesario recordar que, sin su empeño, la revista no tendría la consolidación y el reconocimiento del que goza en la actualidad. Más aún: si bien el campo de los CTS en Colombia aún no se consolida, actualmente hay intentos por constituir una red, por lo que la historia de los CTS en el país deberá reconocer a futuro el lugar de la revista Trilogía y, con ella, el trascendente rol de Silvia Jiménez.

No obstante, lo anterior, es importante aclarar que las revistas toman vida más allá de sus editores. En otras palabras, un cambio de editor, si bien puede representar pequeñas modificaciones dentro de la publicación, lo que se busca en el fondo es que este construya sobre lo construido, es decir, balancear la estabilidad con las incertidumbres necesarias que surgen con dichos cambios. Por tal motivo, y consecuencia con lo anteriormente expuesto, como nuevo editor de la revista, me place agradecer a Silvia Jiménez por todos esos años de trabajo al frente de la publicación, los cuales hoy me permiten recibir una revista bien organizada, con unas metas y unos objetivos claros. De igual forma, hago extensivo este agradecimiento a mis colegas del grupo de investigación de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación (CTS+i) y a las directivas del Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM) por brindarme la oportunidad de ser el nuevo editor en jefe de la revista. Espero no decepcionar su confianza. Hasta ahora mi acercamiento al mundo editorial había sido como el de la mayoría de los académicos: en el rol de autor o de par evaluador, y, si bien mi experiencia me había proporcionado cierta idea de cuáles son las funciones de un editor, estos meses al frente de la revista me han mostrado un mundo más interesante del que me habría podido imaginar. En tanto, el cargo conlleva a adquirir varias responsabilidades, siendo una de ellas la que hacer un ejercicio reflexivo sobre cuáles son los límites del campo, lo que es esencial tratándose de un campo interdisciplinar como el nuestro. El trabajo del comité editorial y los pares evaluadores conlleva trazar las fronteras de qué son y qué no son los CTS, y qué se considera o no una contribución académica relevante al campo. No estamos solos en esto y, precisamente, el estudio de las dinámicas de creación de las disciplinas académicas es uno de los temas clásicos de los CTS. Por tal motivo, pretendo continuar reconociendo ese espíritu democrático de los CTS, aceptar y publicar contribuciones que demuestren el carácter situado de las prácticas de las ciencias y las tecnologías. Las controversias narradas al comienzo demuestran la importancia de los CTS en hacer evidente, como lo llama Law (2017), esa política que niega que es política y demostrar que futuros alternativos, mejores, son posibles. En este orden de ideas, espero seguir contribuyendo a esto.

Cabe recordar que este número se editó bajo condiciones de encierro, en una época en la que todos los artículos se recibieron mientras los miembros del equipo editorial (así como la mayoría de nosotros) se encontraban en cuarentena, y, a pesar de no tener a mano las herramientas de trabajo que brinda el espacio de la oficina, se adaptaron de manera notable a estas condiciones e hicieron posible la publicación de este número, y, adelantando además, el trabajo correspondiente a la siguiente publicación, el cual no habría sido posible sin el empeño y la dedicación puesta en el trabajo.

Finalmente, las publicaciones de este número contienen una variedad de contribuciones y reflexiones sobre diferentes aspectos de la tecnociencia; por lo tanto, es necesario dedicar unas palabras a Trevor Pinch, recientemente fallecido. Las contribuciones de Pinch a los CTS son fundamentales para entender la historia, el desarrollo y la actualidad del campo. Hay que señalar que, a comienzos de los ochenta, la pregunta por la tecnología todavía distaba de tener la importancia que tiene ahora, y la mayoría de los académicos se preguntaban sobre los impactos de la tecnología en la sociedad. Pinch (junto con Wiebe E. Bijker) decidieron hacer la pregunta contraria, ¿cómo puede la sociedad impactar la tecnología? Y a partir de ahí crearon lo que se conoce como el modelo de construcción social de la tecnología (SCOT, por sus siglas en inglés). Las contribuciones de Pinch, en tanto, van más allá de lo que se pueda decir en unas cuantas frases, por tal motivo este número cierra con un sentido homenaje escrito por Malcolm Ashmore a quién fuera su supervisor de tesis.

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