«Formar un campo implica inventarse una tradición»

“Creating a field implies inventing a tradition”

DOI10.22430/21457778.2556


 

Resumen

En esta entrevista, la profesora Olga Restrepo Forero habla sobre los orígenes, desarrollo, particularidades y perspectivas de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología (ESCT) en Colombia. Según ella, este campo en Colombia se ha caracterizado por tener una orientación cosmopolita; en ese sentido, su historia en Colombia se ha caracterizado por una ambivalencia frente a la tradición. Restrepo Forero explica que los orígenes y el proceso de institucionalización del campo en el país no implicaron necesariamente rupturas o continuidades con escuelas de pensamiento precedentes. Se abordan hitos clave en su desarrollo, en los que destaca la importancia de los proyectos editoriales que han servido, tanto para dar a conocer el campo en otros espacios académicos, como para atraer a académicos con sensibilidades cercanas a los estudios de ciencia y tecnología. Al reflexionar sobre el futuro del campo en Colombia, observa que, en gran medida, la nueva generación de estudiantes busca, no solo entender los fenómenos asociados con el desarrollo de la ciencia y la tecnología, sino que tienen vocación por cambiar el estado de cosas en el mundo.

Palabras clave: Comisión Corográfica-Colombia, comunidades académicas, ESCT-América Latina, Olga Restrepo Forero.

Abstract

In this interview, Professor Olga Restrepo Forero talks about the origins, development, particularities, and perspectives of Science and Technology Studies (STS) in Colombia. According to her, STS in this country has been characterized by a cosmopolitan orientation; and, in that sense, its history has been characterized by ambivalence towards tradition. Professor Restrepo explains that the origins and institutionalization of the field in the country did not necessarily imply breaks from or continuities with preceding schools of thought. She discusses key milestones in its development, highlighting the importance of editorial projects, which have served both to make the field known in other academic spaces and to attract scholars whose sensibilities are close to STS. Reflecting on the future of the field in this country, Professor Restrepo observes that, to a large extent, the new generation of students not only seeks to understand the phenomena associated with the development of science and technology but also has the vocation to change the state of affairs in the world.

Keywords: Chorographic Commission-Colombia, academic communities, STS-Latin America, Olga Restrepo Forero.

 

ENTREVISTA

OJMC     Mi formación académica le debe mucho a usted, Olga, por tanto, es un gusto tener esta oportunidad para hablar sobre su trayectoria y sobre los estudios sociales de la ciencia en el país y en la región. ¿Cómo ha sido su trayectoria personal y cómo, en esa trayectoria, se encuentra con los estudios sociales de la ciencia?

ORF     Mi carrera siempre ha sido muy lenta y llena también de tropiezos. Yo estudié sociología en la Universidad Nacional de Colombia, en donde ahora trabajo. Ingresé a la Universidad a mediados de los años 70 en un periodo que fue tremendamente turbulento, así que hice una carrera que tomó muchos años, interrumpida permanentemente por cierres. Pero, a diferencia de la mayoría de mis condiscípulos, me mantuve ahí porque no me veía en otro lugar y porque durante esos cierres me dedicaba a leer literatura y otras cosas. No me sentía muy a gusto con la carrera de sociología, una carrera que escogí por descarte de otras opciones. En algún momento me hubiera gustado estudiar historia o literatura, pero esas carreras no existían en ese momento en la Universidad Nacional.

Mi hermano, Gabriel Restrepo, que era profesor en el Departamento de Sociología, dictaba estructural funcionalismo, y él, junto otro profesor muy connotado en el departamento, Darío Mesa, empezaron a señalar la importancia de estudiar la ciencia y la tecnología como objeto de indagación sociológica. Mi hermano conocía la obra de Robert K. Merton y sugirió a algunos de sus estudiantes que estudiáramos temas históricos de la ciencia en Colombia. Yo acaté esa sugerencia, entre otras razones, porque en ese momento el Departamento de Sociología estaba muy volcado hacía la historia sociológica, más que a trabajos de sociología contemporánea. Un condiscípulo mío, José Antonio Amaya, terminó estudiando la expedición botánica, y yo asumí el trabajo de estudiar ‘La Comisión Corográfica’, que en la época nadie sabía qué era, ni siquiera el nombre corográfico se entendía, todo el mundo decía coreográfico.

Y por ahí me fui metiendo a investigar, desde una perspectiva mertoniana, lo que podría llamarse una sociología del conocimiento de la Comisión Corográfica que se realizó en la Nueva Granada a mediados del siglo XIX. Esa comisión fue, podríamos decir, una empresa de investigación total del país, con temas muy diversos, como la producción de estudios de geografía física y de economía política, el levantamiento cartográfico del territorio, la producción muy debatida de un historia política y la extensa indagación etnográfica y de recolección de información estadística del país, la indagación botánica y la elaboración de una iconografía que pretendía representar e ilustrar la nación colombiana en múltiples facetas de sus costumbres y de la diversidad de sus modos de vida y de producciones de las distintas comarcas y regiones. La Comisión Corográfica, señalaba en ese primer trabajo, tuvo un carácter constructivo, productor de una nación, de una imagen de la nación, y de una visión política asociada al federalismo, lo que constituyó la razón de su éxito y también de su olvido posterior.

Terminando la universidad, estaba todavía sin graduarme, porque también hay que decirlo, en esa época se estilaban monografías muy serias para terminar la carrera. Me invitaron a ser parte de un grupo que Colciencias organizó para hacer lo que se llamó la Historia Social de la Ciencia en Colombia. Eso fue un acto en cierto sentido de irresponsabilidad de Colciencias y también mía, porque estaba muy bisoña para esas tareas. Sin embargo, comparativamente no era tan novata como otras personas que tenían mucha más experiencia, pero menos idea sobre cómo escribir historia de la ciencia, pues con mi formación en ciencias sociales yo tenía más elementos para producir un trabajo de corte histórico, así fuera de historia de la biología, que fue lo que me correspondió. Mi contratación como integrante de ese equipo fue una completa casualidad. El botánico-historiador Santiago Díaz-Piedrahíta, a quien yo no conocía, fue quien me recomendó ante Colciencias, en realidad ante Diana Obregón, quien hacía la asistencia académico-administrativa del proyecto, para que hiciera ese trabajo, todo con base en una notícula que yo había publicado en una revista que existía en ese momento que se llamaba Nueva Frontera1, una revista política fundamentalmente. Yo en ese cortísimo escrito decía -esto es durante el gobierno del presidente Belisario Betancur (1982-1986)- que la celebración de los doscientos años de la expedición botánica que se anunciaba con la organización de lo que se llamó ‘La segunda expedición botánica’, daba a entender, y de hecho así se refería en los medios, que en Colombia no había habido ninguna empresa científica de envergadura en la época republicana. Señalaba yo que ese nombre era inapropiado, por la connotación de vacío de producción científica naturalística que generaba, que yo contrastaba con lo que había hecho un siglo atrás la Comisión Corográfica, que, aunque su producción y sus realizaciones habían sido más pública que las de la Expedición Botánica, había sido olvidada históricamente. Fue ese corto escrito el que impulsó a Santiago Díaz-Piedrahíta a recomendarme cuando se acercaron a él para que trabajara en ese grupo de Colciencias, sin saber que yo aún no había completado mi monografía sobre la Comisión Corográfica y no me había ni graduado de la carrera de sociología. En la vida cuentan mucho las casualidades y los azares para obtener ciertas posiciones, en ocasiones más que los propios méritos.

La posición era simbólicamente, más interesante de lo que lo era en términos de la asignación presupuestal o la ayuda con la que contábamos. Parece increíble, pero en esa época la historia de la ciencia era un tema que poco se trabajaba en el país. Un amigo mío que acaba de cumplir los cien años, Jorge Arias de Greiff, solía decir en esa época que íbamos a tener más historia de la ciencia que ciencia. Uno de sus célebres gracejos, pero uno que mostraba el lugar marginal que ocupaba la historia de la ciencia, incluso para alguien como él, que se había ocupado de indagar por la historia de la astronomía. Finalmente, Colciencias publicó diez tomos de lo que ya en 1993 se llamó Historia Social de las Ciencias. Esa historia social de la biología en Colombia que yo escribí fue un trabajo sobre cómo se consolidó un programa exitoso de investigación de historia natural en Colombia, y cómo se construyó a lo largo de los años y cómo podría comprenderse el éxito del programa de trabajo naturalístico, desde la desarraigada Expedición Botánica hasta la fundación del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Esa era la pregunta que me guiaba. Una respuesta obvia sería señalar la enorme variedad de la flora colombiana, pero también había ciertos elementos interesantes de afinidad entre una sociedad jerarquizada y el objeto de clasificar las plantas por encima de otras opciones de indagación biológica. Por algo se le llama la ciencia amable de las plantas. Siempre fue una ciencia muy palaciega, muy real o monástica, amante del orden y el equilibrio.

Después de terminar la carrera, duré casi diez años trabajando como profesora ocasional y haciendo investigación con las uñas sobre temas que me interesaban. Transformé completamente el texto que había entregado como informe a Colciencias en 19862 y lo convertí en el texto que se publicaría en los diez tomos de Colciencias, que fue simultáneamente mi tesis de maestría en Historia3. Hice algunas publicaciones sobre la Comisión Corográfica, incluyendo una en Quipu4, la recién fundada Revista Latino­americana de Historia de las Ciencias y la Tecnología; alguna visión comparativa entre esta y la Expedición Botánica sobre el papel del científico en la época colonial, escrito «muy a la Merton». Y también escribí sobre las sociedades de naturalistas en Colombia y su papel en consolidar una imagen de la ciencia nacional. El respaldo institucional solo lo tuve cuando ingresé como profesora a la Universidad Nacional en el año 1993. Estando allí, empecé a trabajar sobre temas que habían quedado de lado en mi indagación sobre los naturalistas, como el del darwinismo en Colombia, del que me he ocupado por un tiempo por sus fascinantes asociaciones con la turbulenta política decimonónica. Mi primer trabajo sobre este tema lo presenté en 1995 en Cali, cuando la Sociedad Latino­americana de Histo­ria de la Ciencia y la Tecnología organizó el cuarto Congreso Latinoamericano de Historia de la Ciencia y la Tecnología. Ya en el Departamento de Sociología tuve la posibilidad de reanimar algo que había existido: la Sociología Especial de la Ciencia, que se estableció nuevamente como oferta académica, tanto para los estudiantes del pregrado, como de postgrado.

Ahí orienté mi trabajo a crear un espacio académico más robusto para otras personas que se interesaran por el estudio histórico-sociológico de la ciencia. En la época del equipo de Colciencias, como ya insinué, la historia de la ciencia solo le interesaba a quienes venían de las profesiones para hacer lo que se suele llamar una historia para trabajar, una historia justificadora de su propia disciplina/profesión. En el grupo inicial de Colciencias, solo José Antonio Amaya y yo participamos en investigación con una formación en ciencias sociales y no estudiábamos nuestras propias disciplinas. Los dos ingresamos a la Universidad el mismo año, y tanto él como yo, junto a Diana Obregón, estuvimos entre las primeras personas que nos dedicamos por entero al estudio de la sociología y la historia de las ciencias. Hay que decir que al menos la sociología de la ciencia, como una especialidad en sí misma, no tenía un estatus muy alto en ninguna parte y que solo había empezado a posicionarse en los años setenta. Por ejemplo, cuando se publica la obra de Merton en sociología de la ciencia, él mismo se había quejado de lo que él llamaba el olvido, el poco desarrollo de esta especialidad. Es muy interesante que cuando se publica ese libro5, Norman W. Storer, que hace la introducción, dice que ese campo está en un buen grado de desarrollo y que está extendiéndose en distintas partes del mundo, y señala como un ejemplo la creación de la Unidad de Estudios de la Ciencia en la Universidad de Edimburgo. Creo que escasamente se imaginaban entonces Merton y Storer que justo esa unidad sería la responsable, pocos años después, de decretarle el acta de defunción a la sociología de la ciencia mertoniana.

Las cosas no habían cambiado demasiado en el ámbito local para la historia y la sociología de las ciencias como especialidades autónomas y con espacio académico propio, cuando se presentaron los libros de Colciencias en 1993. Pero en poco tiempo se fue viendo que había un creciente interés en la historia y la sociología de las ciencias, pues, ciertamente, algunos integrantes del grupo de Colciencias habían continuado también investigando temas en historia de las ciencias, como, por ejemplo, Luis Carlos Arboleda, en la Universidad del Valle, y Emilio Quevedo y Néstor Miranda, en la Universidad del Bosque. Por su parte, Luis Alfonso Paláu, en la Universidad Nacional de Colombia, mantuvo por varios años un seminario en torno a problemas epistemológicos de la biología y otras ciencias de la vida y la medicina. Otras personas que habían contribuido a debates en torno a la ciencia, su papel, el papel de la universidad moderna, fue un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias que, con Antanas Mockus a la cabeza como rector de la Universidad (1991-1993), que en su discusión de planes de reforma universitaria pusieron estos asuntos en la agenda del debate universitario. En este grupo se encontraban Carlos Augusto Gómez, Paul Bromberg, Jorge Charúm y José Granés. Entre las reformas que se propusieron durante este período estuvo la creación de programas universitarios de investigación, y allí surgió nuestro grupo inicial en el llamado Pui de Ciencia, Tecnolo­gía y Cultura. Ese programa fue muy importante para compactar a un grupo de académicos interesados en este tema, no todos pertenecientes a la Universidad Nacional, como, por ejemplo, Mauricio Nieto Olarte, recién llegado con su trabajo de doctorado en historia de la ciencia y vinculado a la Universidad de los Andes y abrir espacio para nuevos profesores de ciencias con intereses en el campo, como Alexis de Greiff. Organizamos tres coloquios, que fueron bastante exitosos en términos de buena participación de personas que no necesariamente se dedicaban a los estudios sociales de la ciencia, pero que sí hacían trabajo de investigación sobre sus propias disciplinas y también porque se publicaron las memorias de estos eventos, lo cual nos dio mayor presencia institucional. También el trabajo en el seminario llevó a publicar varios números de lo que llamamos Cuadernos del seminario, como una publicación completamente universitaria en que además incluimos traducciones de artículos que se usaban en ese momento en la enseñanza en nuestros programas.

En todos estos años, mucho había cambiado intelectualmente en nuestro campo desde la vieja sociología de la ciencia a los estudios sociales de la ciencia. La transición entre una cosa y otra no implicó matar a ningún padre ni hacer ninguna revolución, porque se fue dando más orgánicamente a medida que se iban produciendo las investigaciones, y se fue creando una mirada cosmopolita que integraba sin mayores tensiones los desarrollos de un campo muy dinámico internacionalmente y también en el ámbito latinoamericano. Ciertamente, nunca hemos tenido la agenda de crear nuestra propia escuela de Bogotá ni nada por el estilo. Yo no soy creyente en esa idea de esas escuelas cerradas y autocontenidas. Nuestro campo, los estudios sociales de la ciencia o los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS) es suficientemente abierto, poroso y por más que algunas personas digan que ya se convirtió en una disciplina, también afortunadamente tiene mucho de indisciplinado.

En 1999, ya como estudiante madura me fui a hacer mi doctorado en Gran Bretaña, en parte pensando en la posibilidad de, eventualmente, abrir estudios de doctorado en nuestro campo en Colombia. En 2003, por la iniciativa de Colciencias de impulsar la política de creación y medición de grupos de investigación, nuestro antiguo Pui de Ciencia, Tecnología y Cultura, se convirtió en el Grupo de Estudios Sociales de la Ciencia, la Tecnología y la Medicina (GESCTM), vinculando allí a las académicas y académicos activos en nuestro campo en la Universidad Nacional de Colombia, en concreto, estábamos Diana Obregón, que para entonces había realizado su maestría y doctorado en Historia de la Ciencia; Alexis de Greiff, que había regresado recientemente de su doctorado en Historia de la Ciencia; José Antonio Amaya y Emilio Quevedo, a la sazón profesor en la Facultad de Medicina. La iniciativa de la creación del grupo corrió por cuenta de Obregón y de Greiff, y el trajín fue enorme, basta con decir que tuvimos que poner hasta colchones en la oficina para llenar todos los formularios y toda la administración que había que hacer, pero fue bueno para el grupo, pues nos dio una nueva identidad institucional. De hecho, éramos un grupo más real que muchos otros, puesto que nuestro trabajo venía desde el programa universitario creado en 1993. Se organizó también un seminario que se ha mantenido a lo largo de los años. El seminario del grupo se había organizado en 2002 y el grupo en el 2003.

Tiempo después surgió la iniciativa de crear una maestría. Durante esos años habíamos tenido el área de Sociología de la Ciencia en la maestría en Sociología, que funcionaba bien bajo ese modelo, pero pensando el campo mismo de los estudios sociales de la ciencia, este trascendía, obviamente, el ámbito sociológico, y era mucho más inter y multidisciplinar Así que, durante un tiempo largo, las personas que ya nombré como integrantes del grupo, más algunos profesores de filosofía, nos reunimos para pensar y estructurar la creación de un programa de Maestría en Estudios Sociales de la Ciencia en el que pudiéramos colaborar sin estar exclusivamente bajo la sombrilla sociológica. El ámbito universitario, con sus rigideces, generalmente demanda crear espacios nuevos para áreas nuevas de conocimiento. La maestría finalmente fue aprobada en el 2010 y viene funcionando desde ese momento hasta ahora, con un buen número de graduados y también con muchos egresados que han completado doctorados en el campo.

OJMC     Un punto interesante que usted toca es el papel que han tenido los proyectos editoriales en la consolidación del campo, de estas iniciativas que empiezan por algo muy personal, incluso emocional. Pero es gracias a estos proyectos editoriales y a estas publicaciones que, a la larga, se tiene material para hacer una retrospectiva y ver una trayectoria que se pueda reconstruir. Y lo traigo a colación, precisamente, porque usted también ha hecho un trabajo muy importante en términos de analizar las prácticas académicas que constituyen los campos académicos. Todos estos ejercicios textuales tienen unos efectos performativos en general sobre comunidades académicas. Quisiera que nos hablara, por ejemplo, del proyecto Ensamblado en Colombia, que es mucho más reciente.

ORF     En el 2009, Colciencias abrió una convocatoria para una nueva historia de la ciencia en Colombia. Como en muchas cosas, sin querer ser protagonista, nuestro grupo insistió en que teníamos que presentarnos a esa convocatoria y nuestra propuesta fue seleccionada en la convocatoria. Con el paso de tantos años yo tenía claro que se necesitaba un proyecto muy distinto que se centrara en temas contemporáneos. Ese proyecto lo llamamos Ensamblado en Colombia: producción de saberes y construcción de ciudadanías que, entre muchas cosas, nos permitió traer al país una importante cantidad de figuras del campo de los estudios sociales de la ciencia. Organizamos dos eventos, con invitados internacionales, uno empezando el proyecto, y otro al año siguiente. La idea era que los investigadores que traíamos escucharan las propuestas de nuestros investigadores e investigadoras y pudieran dar retroalimentación en una relación más simétrica en términos de jerarquías. Es decir, que nuestros invitados no solo vinieran a darnos sus conferencias, sino que también escucharan las propuestas de investigación del equipo que reunimos. Algunos de los invitados como Sheila Jasanoff, Brian Wynne, Charis Thompson, Pablo Kreimer y Diminique Vinck, entre otros, se dieron a la tarea de hacer preguntas y contribuir a las distintas propuestas que recién se formulaban. Ese trabajo funcionó con colegas de la Universidad y de otras universidades que no necesariamente eran del campo a quienes les interesaban asuntos que podríamos ver como ensamblajes heterogéneos contemporáneos que se podían trabajar con el tipo de detalle y de cuidado con el que los estudios sociales de la ciencia y la tecnología analizan un tema. No se trataba de que todo el mundo tuviera un mismo enfoque, pero que se pudieran analizar cómo se forman los elementos que consideramos como centrales en infraestructuras, en las producciones culturales y cómo se coproducen con diferentes formas de acción tecnocientífica y ciudadana.

Este proyecto, aunque no tuvo la visibilidad que tuvo el proyecto Historia Social de la Ciencia, porque aquel estaba organizado desde Colciencias y tenía el prestigio de Colciencias, sí contribuyó a darle visibilidad al campo, a constituir un grupo más amplio de personas que se interesaban en los estudios sociales de la ciencia. Este proyecto publicado6 también sirvió para articular a un grupo de personas que trabajan en nuestro campo, darles referentes conceptuales y proponer nuevos temas de investigación. Lo más difícil ha sido organizar una asociación más estructurada, entre otras, porque Colombia ha sido muy renuente al asociacionismo científico. En el país funcionan academias muy tradicionales como la Academia de la Lengua o la de Historia o Medicina o la Sociedad de Ingenieros, todas fundadas en el siglo XIX, o la Academia de Ciencias, fundada en los años 30. Otras asociaciones profesionales son muy fuertes, como la Sociedad Colombiana de Psicología, pero esto tiene que ver con que se requiere una tarjeta profesional para ejercer esa carrera. La Asociación Colombiana de Sociología, que se fundó antes de la de Psicología, tiene períodos cortos de vida intensa y desaparece y se recrea, siempre en torno a la organización de los congresos nacionales. Las sociedades disciplinares han sido más difíciles de consolidar en el país. Pero quienes trabajamos en el campo sí tenemos relaciones activas, que nos han permitido organizar eventos. La falta de una asociación formal no ha impedido que hagamos trabajos en colaboración. Por ejemplo, hemos organizado nuevamente tres coloquios como los que se hicieron en los primeros años de la década del 90, con invitados e invitadas internacionales y con muy buena participación, cada vez con más personas que vienen de distintas universidades del país.

Entonces, no se trata solamente de los proyectos editoriales, los proyectos editoriales siempre son proyectos que performan un colectivo. Si decimos ahora que vamos a producir un libro sobre tal tema, ese proyecto tiene esa capacidad de cristalizar, de hacer visible, de darle entidad e identidad a un colectivo, independientemente de qué tan organizado esté el grupo detrás de eso. Es algo que pienso que habría que reforzar hacia el futuro en nuestro campo. Hace años yo hubiera dicho «me voy a retirar para ver que este campo en el que trabajé tanto tiempo fue una flor muy bonita que surgió y desapareció». Pero en este momento, esto ya no pasaría, ahora hay muchas personas trabajando en nuestra área inter y transdisciplinaria en varias universidades y con distintos intereses, pero con cierta identidad común para estudiar esos ensamblajes heterogéneos contemporáneos. Y hay que decir que nuestro campo es muy dinámico, que se reinventa cada vez y crea nuevas maneras de hacer investigación y nuevos asuntos de interés para la investigación.

OJMC     Este último punto, la relación con las formas de organización colectiva, me da pie para preguntar acerca de las relaciones con grupos y con comunidades más regionales, por ejemplo, con ESOCITE, con la 4S (Society for Social Studies of Science). ¿Cómo ha sido el relacionamiento de investigadores del país con estas redes? ¿Cómo ha sido el relacionamiento con la comunidad latinoamericana? En este número de la revista también hay entrevistas con protagonistas de esta historia en el Cono Sur y ellos se autoidentifican con esta idea del Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Sociedad (PLACTS), la cual la entienden como una tradición latinoamericana que tiende a autodefinirse como una escuela. En Colombia, los estudios sociales de la ciencia llevan una trayectoria de casi cuarenta años, pero como usted ya ha señalado, parece no haber un interés en definirse como escuela. De todas formas, sí emergen unos rasgos particulares. Creo que hay una mirada cosmopolita que identifica a los estudios sociales de la ciencia hechos en Colombia. Hay una preocupación por problemas locales, por discutirlos desde una tradición local, pero que se preocupa por no caer en un localismo o en una idea de que lo que pasa acá es un caso excepcional, sino que las cosas que pasan en otras locaciones interfieren y son importantes. ¿Cómo ve, entonces, esa relación con América Latina y con estas otras localidades que operan en el norte global o en otros «sures»?

ORF     La relación ha estado presente desde los años del proyecto de Historia Social de la Ciencia. Cuando Colciencias creó este proyecto organizó un seminario sobre metodología para la historia de las ciencias en América Latina (1983) con varios invitados internacionales, lo que a su vez abrió la posibilidad de entablar relaciones con colegas iberoamericanos. Entre quienes asistieron y luego participaron en proyectos de colaboración latinoamericana, estaban: Hebe Vessuri, Antonio Lafuente, Juan José Saldaña, Ubiratan D’Ambrosio y Ernesto Yepes del Castillo. Casi inmediatamente se formó la Sociedad Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología y algunos de los integrantes del equipo de investigación hicieron parte de las directivas de esta sociedad que organizó congresos en La Habana (1985), Sao Paulo (1988), México (1992) y Cali (1995). Algunas de las directivas de ESOCITE vienen de esa antigua sociedad y de esas relaciones.

En Colombia hemos tenido relación con ESOCITE, en términos de participar en los congresos e impulsar a nuestro estudiantado a hacerlo. En ocasiones nos sentimos como extraños en algunos de esos eventos, porque encontramos que lo que nosotros llamamos estudios sociales de la ciencia en muchos otros países de América del Sur ha sido más orientado por la escuela CTS, que es una propuesta que tiene algunos elementos en común y ciertamente podría verse como parte de esa misma escuela, pero con un énfasis un poco distinto. En una ocasión, organizamos una de las escuelas doctorales de ESOCITE en Bogotá. En esa época no teníamos estudiantes de doctorado, solo teníamos estudiantes de maestría, y a algunas de las personas que vinieron los temas que nuestros estudiantes trataban les parecían muy exóticos o, francamente, aburridos. Una estudiante hizo una presentación sobre estándares del agua en la empresa de acueducto de Bogotá, otro presentó un trabajo sobre cómo se tramita una ley en el Congreso y a algunos de nuestros colegas latinoamericanos y sus estudiantes les parecía que esos no eran temas de estudios sociales de la ciencia. Esto es normal en grupos académicos y su formación de tribus y comunidades específicas y en ocasiones enfrentadas, por lo que no hay que dejarse llevar por esas banalidades.

Yo entiendo perfectamente la tendencia de los colegas del Sur por trazarse una historia propia que a veces quisieran totalmente independiente de los desarrollos iniciales del campo en Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos, yo sé que siempre se pueden trazar genealogías de toda clase, pero esa no ha sido nuestra manera de trabajar, quizás puede ser un descuido, porque, de todas maneras, formar un campo implica también inventarse una tradición. Algunos colegas argentinos han rescatado una tradición particular que concibió la ciencia de una manera particular, relacionada con las preocupaciones de la crítica a las políticas del desarrollo, o surgida de las polémicas entre desarrollistas y dependentistas, por ejemplo, a la que se quiere ver como pionera de los estudios sociales de la ciencia o del campo CTS, a la que han llamado Escuela Latinoamericana de Pensamiento en Ciencia, Tecnología y Desarrollo. Esa narrativa yo la analizo desde una perspectiva de estudios sociales de la ciencia, como una tarea política, para cimentar una comunidad y también porque quiere verse como interlocutora, en tanto escuela, de otras escuelas en el ámbito mundial. Algo de eso lo analicé precisamente como ponencia en algún congreso de ESOCITE, por allá en 2008, y mostraba los diferentes intentos para producir una genealogía aceptada y útil políticamente. Pero también señalaba que las genealogías que excluyen también pueden hacer más frágil un campo que de todas maneras suele recibir ataques cuando se proponen guerras de las ciencias en el ámbito local.

Entonces, hacer una genealogía local que nos muestre como escuela no ha sido una tarea que nos haya preocupado, para bien o para mal, y creo que tiene que ver con el tema de la ausencia de una asociación, porque el producir una asociación de personas y producir una historia que las trae juntas son parte de una misma tarea. Por lo tanto, no es extraño que seamos una serie de comunidades, una serie de grupos que se reúnen para trabajar, pero que no han trabajado de igual manera en la búsqueda de una historia local común. Hay ciertas cosas que hay que hacer más lentamente y yo creo más en un trabajo que sea más horizontal, de más largo plazo también, porque en el afán de protagonismo entre nosotros se han roto tradiciones importantes. Por ejemplo, si nuestro Departamento de Sociología no hubiera roto, como lo hizo durante los años 70, con la tradición que creó Orlando Fals Borda, si viniéramos de esa tradición que ya se preocupaba por los temas de la «ciencia propia y el colonialismo intelectual», hubiéramos podido rescatar ese elemento como algo propio orgánicamente, en cambio de pensar en los temas del «ethos de la ciencia» y de la revolución científico-técnica de los que se ocupó el departamento en mis años de estudiante.

Por otra parte, me he relacionado como una académica más del campo de los estudios sociales de la ciencia, como socia de las asociaciones internacionales en el campo, incluyendo la latinoamericana, menos formalizada, ciertamente, que las anglosajonas y europeas, sin protagonismo especial, asistiendo a congresos y tratando temas que considero son de especial interés. Yo creo que la generación que venga, si tiene deseos de mayor protagonismo, puede tener un papel político más interesante. Pero creo que nuestro país necesita más trabajo cuidadoso como el que se viene haciendo, antes que visibilidad internacional, muy cuestionable en ocasiones. Por nuestra propia historia, y por el trabajo que ha significado ir creando interés hacia este campo, localmente la visibilidad internacional es algo que tarda tiempo y no ha formado parte de mis intereses.

OJMC     Recientemente en el país hay una coyuntura que está vinculada al cambio de gobierno, al cambio de directriz potencial en términos de políticas de ciencia y tecnología que se ha apropiado de un discurso enmarcado en las ciencias sociales, en el diálogo de saberes, trayendo conceptos como el de justicia epistémica o de poder y justicia distributiva, y que ha generado un debate entre científicos naturales, entre un establecimiento más tradicional universitario que ven ahí un peligro de pseudociencia, de irracionalidad. Ese puede ser un marco para que hablemos sobre cuál ha sido la relación de los estudios sociales de la ciencia con estos dos sectores. Por una parte, aquellos que quieren gobernar la ciencia y la tecnología; por otra, aquellos que se piensan a sí mismos como los representantes más legítimos de la ciencia y la tecnología, que por lo general vienen de las ciencias naturales.

ORF     Esa una relación de larga data. A Colciencias, que era el ente rector de vida de la investigación científica en Colombia, hasta cuando se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, en 2020, lo gobernaban tradicionalmente personas de sectores de ciencias. Colciencias tuvo distintos períodos: en sus primeros veinte años fue un periodo de pensar en términos de las ciencias aplicadas y desarrolló durante muchos años una política para estimular las ciencias agrícolas, las ciencias médicas, lo que se llamaban las ciencias aplicadas que, a mí personalmente, me parecía una política acertada para nuestro país. Hubo después un momento durante los años 90, en el que participaron, entre otras, algunas personas que estuvieron conmigo en el proyecto Historia Social de la Ciencia, que se sentían identificadas con las llamadas ciencias puras, química, física, que cambiaron completamente el rumbo de la ciencia y de la política científica hacia fomentar la publicación de artículos y para quienes el criterio de medición de ciencia era la publicación de artículos. Ese es el indicador que se fue haciendo cada vez más duro hasta convertirse en un indicador de calidad: la publicación de artículos en revistas internacionales y todo lo concerniente a la indexación de las revistas. Inicialmente fue una buena política para las revistas nacionales, porque les fue dando normalización y criterios para ir formando, solidificando y dinamizando una comunidad nacional de ciencia y tecnología. Pero a medida que las revistas fueron haciendo su trabajo y se fueron fortaleciendo, se perdió el criterio discriminador y de jerarquización que se buscaba y entonces ahí se introdujeron nuevos cambios. Entre otros, por la razón de que de acuerdo con la normatividad nacional los salarios de los profesores de las universidades públicas están relacionados con su producción medida en términos meramente de publicación de artículos, una situación muy aberrante en mi criterio. Colciencias adquirió entontes la capacidad de regir la indexación de los artículos para evitar fenómenos de corrupción y se introdujeron criterios o indicadores de publicaciones internacionales, lo cual no eliminó tampoco el problema de la corrupción, porque sabemos de la existencia de revistas depredadoras en donde hay gente que publica hasta sesenta artículos por año. Algo interesante, y a su vez problemático desde el punto de vista de la política científica, en el que parecía que el único indicador de ciencia y de logro científico por mucho tiempo era la publicación de artículos y, claro, la producción de patentes. Pero en todo caso, en medio de este proceso las ciencias sociales siempre han sido cenicientas, tanto en la universidad pública como en las políticas de investigación.

Por ejemplo, la llamada Ley de Ciencia y Tecnología que se aprobó en 2009, con base en la cual se lanzó el proyecto del Ministerio de Ciencia y en la que encontramos una serie de definiciones de lo que es y lo que se persigue con la ciencia y la tecnología en el país, en el último artículo de esa ley dice algo como: «y, por cierto, todo lo que se dice aquí vale para las ciencias sociales». Las ciencias sociales quedaron como un añadido, me imagino en la discusión de la ley al último minuto, que alguien señaló que las ciencias sociales están quedando por fuera e hicieron ese añadido que más sirve para resaltar su real exclusión. Esa ha sido la característica también en la política de las revistas, porque, contrario a lo que se supone -y eso es algo que Robert Merton ya había señalado desde hace tantos años-, en las ciencias sociales es más difícil publicar. Contrario a ese hallazgo, acá se suponía que publicar en ciencias sociales era una cosa muy fácil y por eso el índice nacional incluye pocas revistas en esta área en el nivel más alto de la jerarquía.

Hubo otros momentos de cambio en la política de ciencia y tecnología, por lo menos en la orientación, por ejemplo, con la administración de Margarita Garrido y Mauricio Nieto, que trataron de hacer un enfoque distinto, más centrado en dinámicas propias de la ciencia en Colombia. Y luego, cuando estuvo Alexis de Greiff, a quien usted acompañó en la subdirección en Colciencias, introdujeron el tema de la apropiación social de la ciencia y de la apropiación fuerte de la ciencia. Ese elemento ha estado presente en muchas políticas, incluso hasta hoy. Yo participé como evaluadora en una convocatoria de proyectos en la que me pareció que mucha gente había entendido y que estaba haciendo propuestas realmente interesantes desde distintas regiones y comunidades para pensar problemas locales de ciencia y tecnología y problemas de ciencia ciudadana y de participación. Eso dejó una semilla que es indudable que persiste.

El documento de reflexión que se conoció en Colombia como Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación7, que produjo el grupo encargado del empalme del sector por parte del gobierno electo del presidente Gustavo Petro, a mí me pareció muy interesante desde el punto de vista de los estudios sociales de la ciencia. Nosotros sabemos muy bien que la ciencia no es la respuesta a todos los problemas sociales. Esa visión progresista de la historia, progresista del desarrollo, que a mayor ciencia mayor equidad, mayor bienestar, sabemos que no es cierta. Y, aunque el documento no se dedica a desbancar esa idea, se entiende que es anatema para algunos sectores científicos decir que la ciencia no es la respuesta para todos los problemas. Y, por el otro lado, el concepto de justicia epistémica que tanta controversia causó, pues sabemos muy bien que la ciencia ha sido expropiadora de saberes ancestrales, y sabemos cómo también ha servido de avanzada en muchos casos de proyectos coloniales, imperiales y neocoloniales. Así que pasamos a discutir, ya no sobre los temas de la apropiación social de la ciencia de parte de las comunidades, sino de apropiación de los saberes de las comunidades por las multinacionales que trabajan en temas farmacéuticos y médicos o, a veces incluso, por los mismos investigadores e investigadoras en ciencias sociales que van y extraen de las comunidades y no retornan a ellas después que su trabajo ha concluido. Me parece que poner ese concepto en ese documento está indicando un camino. Está bien el tema de que se hable de ciencia hegemónica, es decir, que hay que pensar en una relación más modesta de parte de esta ciencia y de moderar su arrogancia y su creencia en su capacidad de solucionar todos los males sociales, sin reconocer sus daños.

Hay también en el documento una serie de consideraciones sobre los temas ecológicos y ambientales que está señalando preocupaciones actuales y futuros de investigación en términos de una mirada ecológica y de la conservación, y ahí se plantea una vida en mayor equilibrio o con mejor relación con la naturaleza y no solamente una relación extractivista con la naturaleza. Parece que algunos sectores no se hubieran percatado de todo el potencial de investigación en ciencias básicas, de ciencias naturales que saldría de ahí. Y recordemos que todas estas direcciones tienen una gran tradición en Colombia, eso está en la base de nuestra nacionalidad, con todo el mito de la Expedición Botánica. Pero también se puede plantear mirando hacia adelante, en términos de la renovación de la investigación por la preocupación ecológica. Es decir que la actividad científica tiene que estar relacionada con el cuidado de nuestra casa, no con el sentir que está en la base de la llamada revolución científica, de que la naturaleza está ahí para nuestro uso, para extraerla, para abordarla, para penetrarla, para arrancarle sus secretos y no para producir una relación, pensaríamos hoy, ecológica, de sentirnos como parte de esa naturaleza y no como sus amos, que ha sido el paradigma de investigación hasta hoy. Todo esto está relacionado con el tema del buen vivir, que tanto le disgustó a nuestro exrector Moisés Wasserman, quien afirmó que este sería el primer documento de ciencia que pusiera énfasis en los efectos negativos, adversos o peligrosos de la ciencia. Lo que demuestra un gran desconocimiento, porque desde que Ulrich Beck publicó su libro La sociedad del riesgo8, recién ocurrido el desastre de Chernobyl ¿de qué está hablando? De cómo la ciencia y la tecnología son productoras de soluciones y, además, al mismo tiempo, las principales creadoras de riesgos en la sociedad contemporánea.

Yo acá veo un buen paso para pensar de manera más seria una política científica y tecnológica adecuada a las necesidades de una sociedad como la nuestra, adecuada al tipo de investigación que podemos hacer en Colombia, que no sea una investigación subordinada, como la llama Pablo Kreimer, una investigación pegada a la cola del cometa del último proyecto del primer mundo, si no centrada en temas que se necesitan resolver localmente, así no sean los que tengan más sex appeal en la escala jerárquica de las ciencias. La política de ciencia y tecnología tiene que entender que siempre en la ciencia habrá dosis de fracasos, de redundancias, eso es inevitable. Entender que somos un país con recursos muy limitados para la ciencia y la tecnología y que invierte muy poco en ciencia y tecnología, pero que tiene que dar unas señales, orientar una dirección de la importancia que tienen para nuestro país ciertos temas de justicia ambiental y social.

OJMC     La vida académica e investigativa es cada vez más precaria. La investigación en muchas disciplinas se desarrolla con un enfoque tecnocrático, enmarcado en el capitalismo cognitivo en el que una multinacional es dueña de todos los papers, de todas las bases de datos sobre la base de mucho trabajo gratuito de académicos de todo el mundo. Sin embargo, hay mucha conciencia política de esto dentro de los investigadores y creo que hay un momento interesante que abre una posibilidad de transformación. Pensando en eso, ¿cómo ve a futuro las redes sociales de la ciencia?, para no usar la expresión mercado laboral, sino los espacios en los que los investigadores y la gente que se ha formado en estudios sociales de la ciencia en el país tengan espacios académicos donde enseñar e investigar. ¿Qué futuro ve a los estudios sociales de la ciencia en Colombia? ¿Qué problemas y qué retos tiene?

ORF     Yo veo que el campo se ha diversificado mucho. Hay núcleos centrados en lugares específicos. Es muy interesante que entre las réplicas que plantearon algunos científicos sobre el borrador de la política de ciencia y tecnología, Boaventura de Sousa Santos citó a los estudios sociales de la ciencia como uno los campos que han cambiado nuestra manera de ver la ciencia, al igual que hace tantos años lo hiciera Inmanuel Wallerstein, en su propuesta de abrir las ciencias sociales. Otras líneas de influencia, por ejemplo, están en los escritos de Arturo Escobar, porque ellos han hecho una apuesta crítica importante, pero es una crítica que no es ni tan interna, ni tan detallada como la que han hecho los estudios sociales de la ciencia. En el mismo documento de empalme hay elementos que tienen esa relación con los estudiosos de la ciencia, que puede o no trazar una línea genealógica directa, pero ahí está presente esa manera de comprender la ciencia y sus asociaciones y también posibilidades de transformación. Y son temas que van calando. Los caminos son a veces más sutiles y las conexiones tienen que darse, desde mi punto de vista, más orgánicamente, y creo que se han venido dando.

Lo que nos hace falta a nosotros como campo es ser más organizados y cohesionarnos más. Creo que hay mucho trabajo por hacer, desde revisar nuestro campo y hacer un inventario de lo que hemos producido en términos de escritura. Un artículo de revisión del campo que nos dé una identidad más clara, porque hemos sido un poco descuidados con nuestra propia política, con nuestra imagen común como grupo y como campo. Yo, que hice mi tesis de doctorado sobre los estados del arte y su carácter constitutivo y no meramente reproductivo de los campos que describe, soy la primera en reconocer esa falla. Entonces, ¿hacia dónde pueden ir los estudiosos de la ciencia en Colombia? Nos han interesado los temas de coproducción, de ciencia y producción de ciudadanía, de ciencia y de producción de estado, de formas estatales o de gobernanza, hay también cada vez más interés en los temas de seguridad y confianza, de cómo hace esta sociedad para generar mejores niveles de confianza. Pero también veo que los estudiantes de hoy, por lo menos por mis estudiantes, tienen una vocación de activismo o tienen una vocación de entender el mundo en el que quieren participar y cambiar y eso es importante.

OJMC     Comparto la idea de la pertenencia de los estudios sociales de la ciencia en Colombia desde el punto de vista de sus preocupaciones, creo que la idea de coproducción y ese conjunto de temáticas que muestran en las políticas del conocimiento que es imposible pensar un orden democrático social si no se tienen en cuenta las políticas de conocimiento, en la forma como convivimos y la forma en la que se desarrollan infraestructuras, en la que desarrollamos política, en la que vivimos como cuerpos materiales que necesitan salud para trabajar. Todo esto está profundamente atravesado por el conocimiento técnico, experiencial, tradicional. También veo la necesidad de mayor organización como comunidad. Se están dando pasos, existe una red, todavía muy tímida, pero creo que por el momento su timidez es una fortaleza. El reto va a ser un segundo paso, como esa red que por el momento funciona muy bien, porque es difusa, porque permite abarcar mucha heterogeneidad, logra consolidarse. Tal vez el reto es ser más latourianos, ver cómo reclutamos aliados, cómo logramos generar tecnologías que nos permitan organizarnos y tener unos impactos más estratégicos. Ahora se están identificando problemas que los estudios sociales han identificado, entonces hay aquí una oportunidad.

ORF     Colombia requiere más comprensión por parte de las ciencias sociales, como se ha visto ahora con la Comisión de la Verdad y sus repercusiones en sectores que literalmente se salen de un recinto porque no quieren escuchar lo que se dice. Creo que los estudios sociales dicen cómo se aborda, no una verdad hegemónica, no una historia oficial, sino una pluralidad de voces que puedan construir una diversidad de narrativas que en una sociedad son muy importantes. Entonces ese es otro tema para agregar ahí, en esa agenda de mayor reflexión e investigación por parte de los estudiosos de la ciencia hacia el futuro.

OJMC     Creo que en esta entrevista hemos cubierto cosas muy interesantes. Hay unos puntos que podemos resaltar. No hay en Colombia, o al menos en Bogotá, o entre las comunidades que nosotros hemos tenido la oportunidad de habitar, la preocupación por autodefinirnos en términos de escuela o en términos, digamos, de colectivo de pensamiento, como ocurre en otras localidades. Pero, escuchándola hablar, creo que emergen algunas cosas que permiten afirmar que sí hay rasgos distintivos. El tema de la coproducción, hacer una sociología o los estudios sociales de la ciencia en conexión con problemas políticos. En su estudio sobre la comisión corográfica, eso se encuentra ahí, es muy claro. Esa sensibilidad de la que construimos nación y construimos Estado y órdenes políticos a través de materiales, disciplinas, recolecciones y demás, y creo que ese ha sido un motivo que ha marcado profundamente los estudios que se desarrollan tanto en el marco de la maestría de la Universidad Nacional, como en esa red que se ha venido gestando en años recientes. En el proyecto Ensamblado, queda muy patente. Esa idea dialoga mucho con los nuevos materialismos, en el que ahora se piensa mucho en términos de materialidad. Una pregunta por los objetos y los materiales ha estado muy presente.

Los estudios sociales de la ciencia ha sido también un espacio de experimentación con metodologías y teorías que, desafortunadamente, no sería fácil hacerlo en espacios más sociológicos, más tradicionales. Lo digo porque los estudios sociales de la ciencia se han desarrollado en Colombia en muchos departamentos de sociología. A veces, cuando uno quiere hacer este tipo de estudios desde la sociología, rompe con los estándares de la teoría sociológica y sus configuraciones metodológicas.

NOTAS AL PIE

  • arrow_upward 1 Restrepo Forero, O. (1982). ¿Por qué una segunda Expedición Botánica? Nueva Frontera, n. 404, 18.
  • arrow_upward 2 Restrepo Forero, O. (1986). El tránsito de la historia natural a la Biología en Colombia 1784-1936. Ciencia, Tecnología y Desarrollo, v. 10, n. 3/4, 181-275.
  • arrow_upward 3 Restrepo Forero, O., Arboleda, L. C., Bejarano, J. A. (1993). Historia social de la ciencia en Colombia. Historia natural y ciencias agropecuarias (Tomo III). Tercer Mundo Editores.
  • arrow_upward 4 Restrepo Forero, O. (1984). La Comisión Corográfica: un acercamiento a la Nueva Granada. Quipu. Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, v. 1, n. 3, 349-368.
  • arrow_upward 5 Merton, R. K. (1973). The Sociology of Science. Theoretical and Empirical Investigations. The University of Chicago Press.
  • arrow_upward 6 Restrepo Forero, O. (ed.). (2013a). Ensamblando estados (Tomo I). Universidad Nacional de Colombia.
    Restrepo Forero, O. (ed.). (2013b). Ensamblando heteroglosias (Tomo II). Universidad Nacional de Colombia.
  • arrow_upward 7 Versión 20 de mayo 2022.
  • arrow_upward 8 Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós.